Hubo un tiempo en el que la maternidad no se vivía en soledad. Donde ser mamá no significaba cargar con todo: casa, trabajo, hijos, actividades, alimentación, salud emocional, relaciones. Antes, criábamos en tribu. Había una red de apoyo natural, constante y desinteresada: abuelas, tías, amigas, vecinas, mujeres que sabían que acompañar era parte del camino.
Y funcionaba.
No había tanto estrés, ni tantas crisis de ansiedad o depresión. Porque lo normal era ayudarse, turnarse, conversar, sostenerse.
Pero de un tiempo para acá, muchas mujeres estamos criando solas.
Con una exigencia absurda de hacerlo todo bien, sonriendo, y sin mostrar cansancio.
Y esa soledad se siente con más fuerza cuando enfermamos, cuando no damos más, o cuando simplemente necesitamos parar y no hay nadie que sostenga mientras tanto.
En el postparto, por ejemplo, esa falta de red puede doler. Porque una mujer recién dada a luz necesita ser cuidada, escuchada, apoyada… para poder cuidar, escuchar y sostener una nueva vida.
Por eso creo que es urgente y necesario volver a la tribu.
Volver a encontrarnos entre mujeres sin juicios, sin competencias, sin etiquetas.
A recuperar la colaboración, la empatía, el “yo te ayudo” sin tener que pedirlo.
A sabernos acompañadas, incluso en silencio.
Volver a la tribu no es una idea romántica.
Es una necesidad emocional, espiritual y física.
Es salud mental.
Es comunidad.
Es amor en acción.
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